viernes, 15 de julio de 2011

Apenas una historia...

Santiago Gredos observó sin disimulo la pálida intimidad de los rincones, las parejas que le rodeaban. Al compás de un blues de Jimmy Dogherty, sombras diseminadas en el bar de copas, se besaban, en una simulación de no saberse solos, en un excorcismo del desencanto; cuerpos y espíritus, se quemaban al sol del son de un blues destilado con exquisita malicia.
El pub Cabourg olía pesadamente a decadencia, a tiempos que fueron mejores. Rancio abolengo de lo que fuera un escondite e inexcrutable laberinto, de consignadas citas para amantes adúlteros y anónimos de alto standing, durante el franquismo.Gran Vía adelante,en una bocacalle de Red de San Luis, parpadeaba el bigote afeminado de un Proust de luces de neón. En la puerta, como un natural exótismo parisino, para el autor del boulevar de Saint-Germain, un asiático de pelo grasoso, hacía las veces de nocturno aduanero de acceso a la cueva del placer. Portero de la noche invernal de un Madrid desolado, dando paso con un amable gesto que hacía ver en su cintura una navaja con puño de nacar y plata, al paraíso de placeres ocultos y cuartos oscuros,de anónimo sexo, la densa y pastosa humareda del Cabourg.
El porqué Santiago Gredos se encontraba aquella noche en el invernal Madrid que mata, recalando sus escasos huesos, apenas los imprencidibles para completar un esqueleto, era dificil de discernir. Apenas había pasado el control de aduanas del aeropuerto, con el pasaporte lastrado por un arsenal de sellos y tampones, checoslovacos, austríacos,alemanes, thailandeses,marroquíes, y de medio mundo, Gredos tuvo que pararse entre la vorágine del ir y venir de viajeros que apresuradamente transitaban la anónima terminal del aeropuerto, y recapacitar su posición topográfica en el giro planetario. Y decidir si se volvía, hacia el norte,hacia Islandia o regresar a su sur de nacimiento. Hacia ese definitivo sur, y dejarse dormir, o morir, que más da, apenas la diferencia es el tiempo que dure la cabezada; dejándose llevar por un delirio de alcohol en un bar de alterne. O recalar en ese punto inexcusable, en el que siempre reposaba, exhausto: su buhardilla del Madrid de los Austrias.
En dos semanas de trapicheo y alterne en bares de mala muerte, había conseguido el encargo de un editor alemán, para traducir al castellano y lenguas adyacentes, el pastiche histórico melodramático " El apóstol "de Fiedor Koszayen. Autor muy conocido en su casa, sobre todo a las horas de comer. Gredos acababa de regresar del festival de cine de Carlo Bivary. Sus aceradas críticas a todo lo que oliera a cine yanqui, le habían valido entre la cuadrilla de críticos colegas el apodo del escorpión. El aducía denigrar el cine norteamericano y alentaba sin rubor, la osadía y compromiso ideológico, intelectual y social del cine europeo. En privado, sin embargo se relamía con las viejas pelícuas de Capra o Lubitch, y si le hubieran retorcido los pezones con unos alicates, hubiera confesado una lista de directores y actores norteamericanos que adoraba de los que Jerry Lewis, podría ser el aporte de mayor compromiso político.

Gredos se decidió a caminar, tras deambular por las calles del Viejo Madrid, Hortaleza, Fuencarral, hasta desembocar frente a Atocha. Su salida deslumbrado por la iluminación de la Glorieta de Atocha, el Ministerio de Agricultura, el centro Reina Sofía y la propia estación, le dejó en un estado cercano a una experiencia alucinógena, a lo que los tres canutos de maría que llevaba en el cuerpo ayudaban notablemente. Gredos cargando su bolsa de viaje enfiló Recoletos con la intención de perderse entre los tugurios de jazz de la calle Huerta. De como sobrevivió a su tedio y su cansacio y pudo llegar frente a la puerta del Cabourg,no hay mayores misterios. Tan sólo se metió los dedos en la boca, emitió un pitido largo y agudo que resonó sobre el asfalto de un silencioso Madrid de media noche, como una bala contra una pared de metal chapado. Acto seguigo se dejó caer como un fardo sobre el asiento posterior de un taxi, con la seguridad que aquella sería una de las veladas más aburridas de su vida. Al cabo la muerte y el sueño son hijos alimentados a los pechos de la misma madre: el desencanto y el aburrimiento. Salvo que tras la muerte no debes volver a levantarte para lavarte los dientes y prepararte un café bien cargado.Gredos sonrió socarronamente y pensó para si mismo, " Que jodida y cómoda es la muerte..."

Y Castellana adelante, apoyado hasta la rendición en el respaldo del asiento posterior del taxi, Santiago Gredos contempló en el cielo de la noche de Madrid, colores de óxido rojos y púrpuras, eléctricos rayos catódicos como un caleidoscopio suburbano , y en su cielo sin alma, hacia el oeste, entre gotas de mercurio, despuntaban las luces, de unas acaso, ya yertas estrellas....

     (Juanma Miranda)

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