lunes, 2 de agosto de 2010

Es domingo....


Es domingo.Cuando me levanté esta mañana, bien temprano, el sol aparecía, como es su obligación, por el este. Se comenzaba a elevar como un disco naranja y brillante. Y a su alrededor, se difuminaba una neblinosa calima matutina,compuesta por colores pasteles, celestes, rosas, púrpuras, carmesíes...La mar, está tranquila, hermosa, complacida y complaciente, como una amada mujer, dormida.

Describir, adjetivar al océano, es imposible. Es tan infinita, tan inabarcable, tan inmensa es esta mar, y
me siento tan pequeño a su lado.Tomé una naranja, la pelé. las mondas que iba recortando, las iba depositando en un pequeño cuenco de barro, en la mesita de la terraza que da al mar, junto a una caracola, llegada acaso de lejanos rincones marinos, quizás de la otra punta de este gran mundo en el que vivimos. Del océano índico, quizás, tal vez del golfo de Mexico, es posible que llegara desde la gran barrera de coral de Australia. Quien sabe...
En mis labios, los gajos de naranja, ardían, y su sabor agreste, al cruzar mi paladar, mi garganta, me producía un instante de placer, y un sabor que permanecía unos segundos en mi boca,hasta perderse.
Es domingo, domingo y temprano. El silencio es absoluto a mi alrededor. Las gruas del puerto, permanecen inmóviles.En las avenidas de mi ciudad, Cádiz, apenas unos automóviles madrugadores, o quizás,nocturnos y de recogida, rompen el silencio casi de cripta o de templo sagrado de este instante. Varias gaviotas de panza blanca y lomo gris, vuelan muy alto rozando el límite impreciso entre el cielo y la tierra. Lanzan unos graznidos, agudos y potentes. Planean en un picado vertical, hasta enderezar su vuelo a pocos metros de mis ojos.
Existe en el mundo, en la vida, en un domingo, a esta hora, una cierta sensación de tregua, de pacto de silencio,de deseos de no enturbiar la calma del vecino, la paz del universo, el estado tranquilo y sereno de las cosas. Es como si anduviésemos, despacio, de puntilla, en un pasillo de la vida cubierto de cristales rotos. Sin querer hacer ruido al crepitar nuestros pies contra los vidrios, con la prudencia necesaria, para que no mane la sangre....Quizás sólo en este momento, la vida se acuna en los labios de un reloj parado, detenido, congelado en el tiempo.Las pequeñas cosas, y los grandes recuerdos arriban a nuestra memoria. Nuestros seres queridos, que ya no habitan el mundo, el sabor de estos gajos de naranja sobre mi lengua, el aire ligero y la atmósfera benéfica de esta tranquila mañana de domingo.
Luego más de media mañana, saldré a la calle. Quizás me acerque al antiguo mercadillo de la plaza del Mercado, ahora dispuesto frente a parque genovés, y frente al mismo océano, que yo contemplo en estos momentos. Luego, al mediodía, tras deambular por el entremado de calles del centro de Cádiz. tomaré una cerveza con algunos amigos. Y una tapa, unas gambas con gabardina, o una ensaladilla; cuando los gritos de los niños, la gaviotas que vuelan a ras de tierra, hayan tomado ya posesión de las plazas y las calles.
Pero ahora, en este inmovil momento, parado en el tiempo,sólo pienso en respirar, muy hondo, en dirigir mis pupilas, hacia el instante, y hacia el lugar exacto del amanecer. Y sentir, como mi corazón sigue latiendo. Un golpe tras otro golpe sobre mi pecho.Una sangre que corre serena por mis venas. Un pensamiento calmado, como el sueño de un niño.Saberme transitorio ocupante de mi cuerpo.Perecedero habitante de la vida. Y con ello, con la certeza absoluta con el tiempo de mi olvido,por el mundo, por la vida, por mis amigos, incluso por los que más me quieren, llega el silencio de la verdad eterna.
Es domingo, y cuando yo ya no esté aquí para mirarlo, ni mis ojos contemplen este mar, ni respire este olor a maresía, seguirá el día manando,seguirán las gaviotas graznando,seguirán los peces sus viajes profundos, seguirá la mar tan infinita, seguirá la tibia luz dorada del sol naciendo. Y seguirán las aves en el azul de este cielo volando....
(Juanma Miranda)

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